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junio 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

El infierno somos nosotros

Por: Pedro Conrado Cudriz

El mitómano:  Nadie le creía, pero todos se morían por escucharlo. Así se inició la literatura. 

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Puerto Leguízamo  

Caca, hombre en penumbra, la guerra, desorden en el caserío, un crucificado, un caballo desbocado, sangre en la arena, mujeres corriendo, bólidos, el universo en pleno desorden, cielo gris, apocalipsis, camuflaje, la radio, música, gorra verde, lágrimas, todos corremos, miedo, susto, el caballo regresa, tropezones, muslos inflamados, escondite, el vacío, una vaca llora, camina lenta, lloro, se oyen voces, disparos, los soldados lejos de la patria, kilómetros, muerte arbitraria, una bala alojada en el corazón, ladridos de perros, uno corre como loco, se abraza a un niño indígena, lo lame, tiembla, yo tiemblo, salvajes, otro tiro, otro cadáver, sin velas, recuerdo una película de vaqueros, no sé lo que pienso, ayer estaba bien, hoy magullado y en peligro, la guerra, la muerte otra vez y otra vez la bestia, el caballo.   

El infierno 

El Diablo y Sartre tenían razón 

El infierno somos nosotros, 

En la tierra 

Sus oficinas siguen abiertas 

De par en par para el mundo, 

El Diablo vive confundido entre la gente,  

Le dicen doctor 

Y es el guía espiritual del presidente de la nación. 

El muerto 

Elian esperó la muerte. Le habían jurado que era como dormir en un descanso. Cuando despertó ya estaba en el otro mundo. Allá fue un intruso. 

El loco 

No quiero perturbar a nadie, solo matar a quien alteró la música del silencio. La muerte no significa nada para el que intencional o no, nos hace daño. Así que lo vi alcanzar la esquina de la avenida Jiménez, venía tranquilo, se detuvo en el ala derecha de la tienda de los sustos, miró para todos los lados y continúo imperturbable. Yo me había entrenado en el disparo a larga distancia en el ejército. Apunté y disparé. Una manada de palomas estacionadas en la torre de la iglesia movió asustada sus alas y se perdió en la lejanía.   

Chernóbil 

El mundo donde ahora me encontraba era un desierto oscuro, no había cielo y no se veía vida a cien metros de distancia, ni animales ni hombres, ni árboles, sólo una neblina gris y una sensación de estar ahogándome en un mar de aguas gelatinosas e invencibles. 

-Señor, ¿Cuántos años lleva usted aquí?, le pregunté al abuelo que parecía un extraño sujeto estacionado de por vida en la vía. 

-Acá, señor, contestó el harapiento anciano, no existe el tiempo. Yo ya dejé de pensar en el tiempo. Soy un afortunado.

Me observé a mí mismo y pregunté entonces por mis años de vida y no logré recordar mi fecha de nacimiento, y, peor aún, olvidé quién era en medio de la desesperación del lugar.  

Y no vi más al abuelo. No me sentí afortunado.