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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

El tiempo y la sombra

Por: Pedro Conrado Cudriz

El tiempo en el campo es la prolongación de la casa en la sombra de la tarde y en la ciudad, es la velocidad de los autos por la acera, que le impregnan la psicología de la desesperación al ciudadano. Puede haber una imagen pueblerina de un auto levantando una polvareda en la calle, mientras marcha a toda velocidad. Pero es solo el fantasma del tiempo que huye del muermo del mundo. Y sí, los habitantes de la parroquia solo esperan un gran acontecimiento para escapar de la sombra del tiempo lento que, además, no corre como el auto que se marcha a toda velocidad por la avenida, huyéndole, sin embargo, a la sombra.  

El tiempo entonces parece que pesara tractores y la vida – subjetivamente – una montaña de catedrales, también inamovible y siempre instalada en la misma estación, o en la misma esquina del pesado reloj de la vida. 

El tiempo no se apresura y marca su psicología en los horarios del diario vivir, que es cíclico: hora de dormir, o de levantarse, de almorzar, de cenar, ir a la plaza, la cantina, ir y venir del trabajo o de la escuela. Es el afán inconsciente de la repetición que pretende salvarnos. El tiempo no abusa, pero desespera. Esa es la razón para Las locuras de un pueblo aburrido que, desesperado por la maldita sombra de la tarde, corre todos los riesgos para sentir que vive la vida. No estoy excusándolo en el tema del Covid-19. Porque siempre ha sido así. El hombre de estos lugares lentos, busca en cualquier lugar el espectáculo que lo salve del hastío. Hace sus maromas, cualquier maroma, para escapar de sí mismo. Y un pequeño tumulto puede ser su salvación, por eso corre a él desesperado. Una vez pasado la disrupción de lo cotidiano, regresa a él otra vez el vacío, el esplín de la existencia.  

La ralentización natural de la vida rural, o cuasi urbana parece agotada en el pozo sin fondo de la inactividad (la nada), por la falta de propuestas de tipo cultural, artísticas, recreativas y deportivas que revitalicen las maneras de vivir de los ciudadanos. La programación de festivales y ferias que se repitan cada año, quizás logren dar orden al espíritu humano y reconceptualicen la fiesta. 

A pesar de todo esto, el hombre no ha podido escapar de la angustia existencial de la modernidad: la superficialidad, la inutilidad, la vaguedad, el vértigo, la hiperinformación, la fragmentación del pensamiento, la enajenación o la ignorancia ontológica, porque a pesar de los múltiples espejos todavía no sabemos quiénes somos. Cada día hay nuevos elementos, fenómenos y factores que afectan problemáticamente la pregunta esencial del ser humano de hoy: ¿Y quién soy yo?   

Pienso que la cultura, los libros, el pensamiento crítico, las bibliotecas, los gimnasios al estilo clásico de los griegos, pueden aportarnos lo suficiente para el fortalecimiento de la espiritualidad humana. Estos procesos, sin embargo, todavía nos hacen falta, tanta falta.