Por: Eimar Pérez Bolaño
La búsqueda de la nueva “normalidad” y la reapertura paulatina en medio de la Pandemia del COVID-19, ha desnudado peculiaridades que tenemos como sociedad. Por ejemplo, infortunadamente se ha incrementado el hurto, los homicidios, mendicidad y violencia en porcentajes mucho más amplios antes del confinamiento.
Todo lo anterior, no sólo es evidente en las grandes ciudades, sino también se viene presentando en varios municipios que en otrora se caracterizaban por la tranquilidad de sus habitantes. Frente a esto, las autoridades afirman, que la presencia de extranjeros ha agudizado la delincuencia como justificación de una supervivencia mal entendida.
Sin embargo, pese a dicha realidad que nos amedranta y a la vez nos interpela, hay ejemplos esperanzadores que nos muestran que se puede construir comunidades organizadas y menos violentas. En estas recientes vacaciones tuve la oportunidad de ir por segunda vez a la isla de San Andrés, lugar geográficamente bastante lejano y “atrasado” de estas realidades mencionadas. Aclaro que al “atraso” al que me refiero denota la contradicción a lo que buscan las grandes ciudades del país: “desarrollo, industrialización, progreso…” pero a qué costo?
Posiblemente el archipiélago no tenga un porcentaje cero de no violencia, microtráfico, etc. No obstante, son evidentes sus “atrasos” frente a otros sitios turísticos del país. Varios son los ejemplos que puedo mencionar, inicio en que no sentí temor de usar mi celular en diferentes sitios y horas (todo el mundo hacía lo mismo), sin necesidad de haber policías cercanos, nadie me pidió plata en la calle, no vi a nadie tirado en el piso, los vendedores ambulantes son escasos y los que hay guardan su distancia; todo eso me causaba curiosidad, quizá en mi primera visita por lo fascinado de los colores del mar, no logré percatarme. Pese a ello, no se puede negar lo costoso que resultaría vivir en la isla, empezando por el valor de la gasolina, que está por encima de los $11.000, lo mismo que un caldo de costilla cuyo valor en un lugar común está por encima de los $15.000, sólo por nombrar algunos ejemplos.
Siguiendo con lo curioso que devela el “atraso” de la isla, es el uso de motos y carros, la mayoría son alquiladas por día, dado que permiten dar la vuelta a la isla en poco tiempo y visitar la mayoría de los lugares excéntricos del bello lugar. Estos vehículos son entregados bajo un acuerdo mutuo de hora y lugar de entrega. A partir de allí uno dispone de ellos y responde como si fuera su dueño. Accedí a alquilar una moto, sin embargo, a mi mente se venía la idea de la realidad de mi municipio, mi bello Santo Tomàs, y por supuesto, de varias ciudades con las cuales tengo contacto directo (motos hurtadas a plena luz del día, carros, disparos, etc.), pese a ello corrí el riesgo del turista “dispuesto a todo”.
Cuando dejé la moto en un lugar apartado del cual estaría por largo rato, mi interioridad manifestaba su desconfianza, al final trataba de no pensar en ello. Al terminar mi rutina, fui a recoger dicho vehículo, allí estaba, al igual que muchísimas más, era una fila ordenada, como si se tratara de una venta callejera de motos. Más curioso aún, nadie estaba cuidando, ni exigiendo remuneración por ello, no había grúas, ni trancones, todo eso me motivó a escribir sobre lo vivido, al quedar perplejo frente al “atraso” de los isleños.
Es claro que, las diferencias de cada región colombiana y costumbres son marcadas. Pero ¿por qué en otros sitios turísticos del país hay una exagerada relación comercial y actualmente inseguridad?, ¿Qué hacen los isleños para que sea diferente? Son interrogantes que se venían a mi mente en esta segunda experiencia.
Al final, recordaba las afirmaciones características de los miembros de la Escuela de Frankfurt frente a lo que significa los costos de las ideas de un mal llamado “progreso y civilización”, peculiaridades perseguidas por varias ciudades y actualmente por municipios, que se traducen inminentemente en avances sociales de todo tipo, pero contradictoriamente también evidentemente en aumentos de violencia y delincuencia.
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