Por: Pedro Conrado Cudriz
Los pelaos son ahora cáscaras de huevo, mírame y no me toques, inquilinos de desastres anunciados y de seres imberbes que han perdido el misterio, individuos que en cualquiera situación se les desbarata el esqueleto.
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Nadie comprende ahora lo que pasa. O lo que nos pasa. No lo entendemos o nos hacemos los locos, que es casi lo mismo. Pero contra ese muro dantesco del mundo y la sobresaturación de la información, es difícil visionar el camino para el escape. Creo que el consumismo y su recarga de deseos incontrolables, inspirados en tanto cachivache obsoleto o moderno, ha terminado afectándonos, tanto, que llevamos una vida más robotizada que humana. La oferta y la compra desmesurada de objetos de consumo innecesarios en los centros comerciales, han disparado la imaginación y la subjetividad consumista, pero también la frustración por no alcanzar lo deseado.
Es la dicotomía entre lo imaginado y lo deseado.
Vivimos sobreactuando en el camino incontrolable de las expectativas. Esta conducta social compulsiva e insatisfecha genera una profunda frustración personal. Y va más allá de la mera compra, porque esta “filosofía de vida capitalista” se traslada al conjunto de las relaciones humanas. Es decir, todo pretenciosamente se puede comprar, incluso la misma felicidad.
El resultado de la frustración puede ser el suicidio en sus distintas formas de la presentación de la muerte: física, o lenta: drogadicción, alcoholismo, prostitución… No hay una balanza emocional interior que ayude al sujeto a comprender el mundo en el que vive, que entienda su rol de insurrección personal y social contra el régimen originario del malestar, o que sea capaz de racionalizar sus deseos, esa concepción que la adolescente sueca, Greta Thunberg, denomina “el freno de emergencia.”
La muerte puede ser entonces, el efecto de la falta de comprensión de la situación del hombre en el universo. O el efecto desastroso del sistema político en su psiquis. En últimas, débil encuadre del individuo en el mundo.
Lejos del sufrimiento por depresión, la conducta socialmente frágil adaptada, forma parte caracterológicamente de la estructura psíquica del hombre, causada por el entramado de las leyes del mercado frente a los antojos, que incumplidos, estimulan el desastre del alma. O por la flexibilidad cultural de las relaciones adulto-niño, inmersa en los valores del consumo capitalista, que el infante termina al final empoderado o educado desde la niñez. Desde estos primeros tiempos es inevitable que el infante sufra, lo que alimenta la delicadeza, la falta de resiliencia, o esa fuerza de carácter que impulsa el alma a nadar lejos de los peligros del océano.
Desde el nacimiento lo estamos invitando a padecer el sufrimiento de la egolatría, porque la vida lo arrastra también a la orilla de la ficticia felicidad, o le sobreestimula la ola de la imaginación y la multiplicada expectación consumista, de tal manera, que cualquier cosa lo frustra y cualquier tropiezo lo idealiza hasta el suicidio. La competencia, las comparaciones personales y sociales y las compulsiones consumistas lo marean.
Lo que uno sabe ahora, es que el suicidio es un acto desesperado por darle sentido al ruido sin sentido de la vida. Previamente el suicida se ha planteado esa lucha: la nada o el sentido. Que gane la nada no es una derrota, es simplemente la muerte. Pero en el caso de los intentos suicidas, la lucha la gana el sentido, no la muerte.
Los pelaos son ahora cáscaras de huevo, mírame y no me toques, inquilinos de desastres anunciados y de seres imberbes que han perdido el misterio, individuos que en cualquiera situación se les desbarata el esqueleto
Al referirnos a los jóvenes de hoy, se abarca la mayoría. Hay jóvenes muy bien “aterrizados”, excepcionales. Jóvenes que han venido armando se futuro con seriedad juvenil. Pero la mayoría de esllos son arrastrados por las canastas de los los supermercados o mallas. Vacios, reguetoneros y desubicados.
Los hay muy pobres de economia y pensamiento, free faireros, que juegan a los retos hasta causarse daños físicos e incluso, la muerte.