Contacto

julio 21, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Cuando el patio era una fiesta de la infancia

Por: Pedro Conrado Cudriz

                                                              

“Por salud entiendo poder llevar una vida plena, adulta, viviendo, respirando vida, en contacto estrecho con lo que amo: la tierra y sus maravillas, el mar, el sol. Todo aquello a lo que nos referimos al hablar del mundo externo.” Katherine Mansfield. 

__________ 

Recuerdo mi patio iluminado por el sol de todos los días y separado por los mojones fronterizos de las cercas y el cielo siempre ahí fundido como un techo infinito. Estaba invadida mi conciencia de patios y de animales y de árboles frutales. Y del cielo estrellado de las noches. 

En algunos patios había tupidos jardines y hortalizas. 

Era el mundo natural de una existencia idílica – quise escribir mundo primitivo para denotar la pureza del alma terrícola-. Hoy no hay animales como los sapos, las iguanas, los lobos, las tiarrelas, gallinas, gallos… se los ha atragantado la urbanización rápida de la tierra y esa palabrota final e inentendible: civilización. 

A veces extraño estos animales –algunos domesticados por el hombre-; es una nostalgia primitiva de mis primeros años de vida. En ellos la naturaleza era un mito o tal vez un absoluto misterio, o el simple terror de la noche, porque allí se movían los fantasmas y los monstruos de la metafísica con la cautela necesaria para no chocar contra un humano muerto de miedo. 

Eran también los misterios de una cultura religiosa conservadora. 

-“Se abrirá la tierra, hijo, y te devorará por malcriado.” Es un recuerdo en carne viva de las abuelas y los abuelos. 

Los que hemos vivido la experiencia del patio, supongo que tenemos una sensibilidad diferente de aquellas “almas de ladrillos” que conviven en áreas pobladas y conocidas como condominios. Nuestra memoria está cargada del ojo de agua de la alberca, del verde sagrado de la arboleda, del canto del gallo y de la arena que juega con nuestros dedos delicados de los pies como en la playa diaria. 

Ahora que observo el patio cuasi amarillo y poblado del precioso y delicado mango recuerdo a Thoreau – Cartas a un buscador de sí mismo- respondiéndole al Sr Blake en 1850: “Dejemos que las cosas marchen a su ritmo; dejemos que crezcan hasta donde puedan; que remonten o caigan. Conseguir dejar aunque sólo sea una cosa a su aire en una mañana de invierno, así se trate de una pobre manzana congelada-descongelada que pende de un árbol, ¡qué glorioso logro! Es algo que ilumina este universo oscuro.” 

Y cuando hablamos de libros no sé si ustedes recuerdan cuando abríamos uno, que traía de separador una flor marchita y hechizada por el olor de las páginas. Era algo quizás incomprensible para mí, pero aquellos lectores que le quitaban con cierto pudor una flor al jardín del patio para colocarlo en el libro, era otra cosa, tal vez le rendían tributo a la naturaleza y al universo. 

Yo me he abandonado definitivamente a la contemplación del patio y el cielo, a la tranquilidad de un pedazo de tierra que dejó por increíble que parezca de asombrarnos.  

Imagino a Aristóteles, el padre de la contemplación, abstraído en la perfección del mundo natural.  

Y en este punto es inconcebible hablar de aburrimiento, de este estado emocional estacionado en las almas por la rapidez del mundo del consumo y el urbanismo desmadrado. No sé si ustedes han podido observar la fascinación extraordinaria de los niños que vienen de la ciudad a nuestros patios, botan los zapatos y se zambullen en la arena bajo la angustia urbana de los padres.   

Entonces los cuerdos son los niños y los locos son los padres, saturados de y defensores del cemento. El trompo y los juegos de la niñez han sido aniquilados por el pavimento y el esclavismo de los celulares. 

Tenemos que regresar a la salud animal de Thoreau, quien nos recordó que un templo era “un lugar abierto y sin techo.” Para él “el asunto no consistía simplemente ni de manera principal en la manutención de nuestro cuerpo, si no en la manutención de nuestra alma…: cultivar las llanuras según los principios adecuados.” 

Les comparto mi definición: “El patio: Ese lugar de recuerdos vivos, tan extensos y anchos como el mundo. Magia de sombras. Ánimas y fantasmas que pueblan la noche. Mitos. Lugar de siembra. Luz del cielo clavada en la ventana del alma humana. Especie de paraíso arcano donde los abuelos nos dejaron de herencia sus sueños. Hoy a pesar del cielo, manos criminales lo asesinan sin piedad y lo están convirtiendo, además, en moneda corriente. Pensar en el patio, es pensar en la prehistoria de las viejas calles de arena. De la luna brillando en los ojos de agua de la alberca. Es pensar también en el sonido del grillo y el vasto sabor de la fruta. Matarlo es asesinar los recuerdos, la historia del territorio. Después del crimen seremos una suma acumulada de ladrillos y cemento. Poca cosa, la agonía del amor por el planeta.