Por: Pedro Conrado Cudriz
A muchos conciudadanos de distintas tipos y profesiones les inquieta no poder explicar con cierta eficacia el comportamiento de las gentes en el mundo frente la amenaza cierta y funesta del Covid-19, en especial en nuestros terruños.
Confieso que yo también tengo mis serias dudas y mis hipótesis improbadas (las irracionalidades de cerebros inmaduros) para intentar entender por qué se comportan como lo hacen. He escuchado en varias oportunidades el tema de la indisciplina social o las conductas de los jóvenes que pretenden vivir sin las reglas de la vida social precisamente en estos momentos históricos.
Anomia, era el dictamen de Emilio Durkheim, el sociólogo francés, el del estudio del suicidio.
He leído sobre el impacto mental del confinamiento en la conducta de los individuos: estrés, tristeza, soledad, depresión, angustia…
Lo cierto es que el confinamiento es una imposición social muy extendida en el tiempo – más de un año- para un grueso de personas que han vivido toda la vida en la indisciplina social, sin padres ni madres que los contengan, quiero decir, ni Estado ni gobierno ni escuela que les tracen fronteras.
Esa podría ser una explicación, otra podría ser que se abandonaron a la muerte sin lograr entender todavía la belleza de la vida. Esa que uno de mis amigos reclama para sí, porque sería injusto morirse sin ver el sol salir todas las mañanas, o ver con pasión o asombro la luna todas las noches, o amar como un loco a una amante extraviada de las normas opresivas del sexo, o leer un simple verso que dé cuenta del dolor o la alegría del vivir humano, o sentarse en el patio a ver caer en medio del aire el mango de la tardía cosecha.
Entender la vida, es también la grande posibilidad de lograr comprender la respuesta de la muerte, la nada, la huida, la oscuridad inconcebible. Ese es el dantesco reto de estar vivos. O sea, temerle a la muerte, mientras no deseamos morir nunca.
En cualquiera de las hipótesis que elevemos a especulación estarán siempre los recursos intelectuales o académicos de los individuos, sus entornos de vida, sus concepciones del mundo, su filosofía de la vida y la muerte.
Esto último me lleva a una pregunta hipotética: ¿El problema de la indisciplina social es un tema de la irracionalidad humana?
¿Cuándo hablamos de la irracionalidad humana estamos hablando de la no razón lógica, de insensatez, de falta de intuición positiva, de locura, de negar una verdad, o de una lectura no crítica de una situación determinada?
La racionalidad es la lógica de vivir con cautela, de repensar lo que hacemos, de intuir la oscuridad, de temerle a lo que hay que temerle, lo que es superior a uno. Es un tiempo de cordura.
Artel
Estoy harto del aliento de los uribistas de desear la inmortalidad de Uribe con el vástago Tomasito en el poder de la presidencia de la república.
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Da piedra que pretenda el gobierno Duque sacarle la plata a la gente con la Reforma Tributaria cuando le importó un bledo la lucha contra la corrupción.
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Estay harto que en los ministerios del gobierno el padrino político sea más importante que la vida profesional del aspirante al cargo.
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Nancy Patricia tiene una gurú espiritual para que la guie en los vericuetos irracionales de la burocracia estatal.
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A la estupidez política hay que celebrarla para no repetirla más nunca.
Excelente artículo. Muy reflexivo y critico.
Buen texto. Por su calidad pedagógica debería calar en sus lectores.
Profundo e inquietante