Por: Julio Mejía Fontalvo
Desde hace muchos días quería escribir unas líneas en las que resumiera, como en un año, se nos cambió tanto la vida a muchos. Nuestra cultura, nuestras creencias, nuestras tradiciones, en fin, todo lo que había pasado de generación en generación, hoy un virus nos lo cambia y nos coloca a vivir una dinámica diferente: una vida de miedo, más dura, más sola, más cruel y definitivamente distinta.
Durante el recorrido de dos sepelios, en silencio y hablándole a Dios, reflexionaba como nos cambió la vida: ya ni podemos ver, ni llorar, o celebrar la misa en la iglesia a quienes se van; y menos acompañarle al cementerio, mucho menos abrazar a nuestros seres queridos para decirles lo mucho que sentimos ese dolor que están pasando. Que tanta falta hace eso, ahora solo queda un adiós desde la puerta de la casa, viendo el carro fúnebre recorrer las calles del pueblo. Peor aún, nos toca verlos y dar los pésames a través de transmisiones en vivo por redes sociales.
Ya hasta la forma de entrar al cementerio cambió; muchas veces vi pelear a Carlos Berdugo con los otros que cargaban el féretro a ver de qué lado era que tenía que entrar el muerto al cementerio; muchos llegaban hasta la bóveda porque decían que el muerto hay que llevarlo hasta dentro y si no se lleva se va para nuestras casas. Hasta con ese mito acabó el virus.
Las fiestas de nuestro patrono Santo Tomás como es costumbre se celebran en dos fechas: Santo Tomás el chiquito, que nuestros abuelos sacaban para que lloviera cuando el verano era muy largo y sus cosechas se morían; y nuestros cuatro días de fiesta, sumando también las fiestas de los barrios que tradicionalmente se realizaban (El Carmen, primero de mayo, 20 de julio, 7 de agosto, Santa Marta…). En fin, todas estas fiestas las cuales desde la misma fundación de estos barrios se vienen celebrando, y que por culpa de este virus ya no se hacen más, rompiendo de qué forma con nuestra cultura y tradición.
Muy duro no ver en las calles la felicidad de los niños en el día de loa angelitos, corriendo de casa en casa gritado “ángeles somos del cielo venimos pidiendo limosna para nosotros mismos”.
¿Como explicarle a nuestra niñez que por un virus no se puede salir y se deben quedar en casa?
Las fechas del 7, 8 , 24 , 25 , 31 de diciembre y 1 de enero, fueron los más duros y tristes, ya que ni en familia se podía estar. También regia un toque de queda que nos obligaba a quedarnos en casa y no salir… del 7 para el 8 de diciembre fue duro, no se pudo recibir la visita como tradicionalmente se hace desde siglos atrás en el mes de la virgen de la Inmaculada Concepción. Duro no ver el 25 de diciembre las calles llenas de niños jugando con sus regalos, corriendo en las calles, mostrándolos a sus amigos y primos, si no observar como ese preciso día, un virus los encierra sin ellos poder entender lo que está pasando y el por qué como otros años no pueden salir.
Llega el 31 de diciembre a las 12 de la noche el año nuevo, y otro toque de queda que provoca el feliz año gritado, porque nadie podía salir y además con miedo porque nadie sabe quién tiene el virus. La costumbre de abrazar, salir a la calle e ir de casa en casa a dar el feliz año a los vecinos de la cuadra este año no se pudo mantener y se recibió un año nuevo frío como nunca había pasado ni en las peores épocas del país.
Llegó el 20 de enero, un día tan especial para el pueblo como lo es la batalla de flores, y nada… en vez de estar todos en la calle festejando nuestro día del “moja moja”, un toque de queda y la ley seca nos obligó a estar encerrados. Algo que paso de ser una fiesta que durante décadas nos ha caracterizado y que durante años ha ido creciendo, esta vez solo era calles llenas de policías evitando que la gente saliera.
Ni que decir el 6 de febrero, día de la batalla de flores y nuestro reinado intermunicipal, una tradición que tiene más de 40 años, esta vez por primera vez en la historia, no tuvo Reina de nuestro carnaval. Lo más duro fue que a la misma hora que el tradicional desfile comenzaba, al que miles de personas asistían, iniciaba más bien el toque de queda y la ley seca. Estar en la plaza a esa hora hizo que la nostalgia invadiese mi corazón; no había un alma en la plaza si no un silencio en un pueblo carnavalero y alegre.
En lugar de carrozas, comparsas y disfraces, salieron patrullas y motos de policía y Ejército a hacer cumplir el toque de queda para ayudar a parar este virus que nos cambió la vida.
2 de abril, Viernes Santo: una tradición más que nos hizo cambiar este virus. No hubo penitentes, tradición que cuidado y tiene más años que nuestra batalla de flores, quienes no han podido salir por dos años consecutivos. ¿Me pregunto cómo habrán hecho estas personas con su fe? ¿Cómo sería esa conversación con Dios? Que cosa rara, pero bueno, Dios tuvo que entender que el virus está más vivo que nunca…
Ese viernes sentado en puerta de la casa de mis padres, hablando con mi madre nos acordamos de que es día, yo llegaba a la casa por los dulces que ella hacía por tradición los Viernes Santos.
El 20 de diciembre fue un día particular; la Covid 19 llegó a mi casa: mis padres, dos de mis hermanos y mis sobrinos resultaron contagiados con el virus. Lo más duro fue cuando nos tocó dejar a mí madre en la puerta del CARI… de ahí solo nos permitían una llamada cada 24 horas a un médico internista que nos daba el reporte médico sobre lo que había pasado durante las últimas 24 horas sin poder entrar a ver como estaba. Solo hasta el 24 de diciembre a través de una video llamada, vimos a mi madre después de varios días de mucha zozobra y angustia.
Mi reflexión final es que la Covid 19 es una enfermedad de mucha soledad… tanto para los que la tienen, como para sus familiares, ya que el que la tiene le toca estar aislado y a los demás les toca padecer el miedo al contagio.
¡Es una enfermedad que nos ha puesto a ver la vida de otra forma y por ello es importante reflexionar porque pasa un año y pareciera que no hemos aprendido nada! Muchos siguen con la misma irresponsabilidad colocando en riesgo la vida de todos como si no se dieran cuenta de cuántos muertos van y cuantos faltan si seguimos así…
Excelente artículo, de una realidad inesperada pero que toca asumir con gran responsabilidad para proteger a todos nuestros seres queridos y personas más allegadas.
Mis felicitaciones a Julio por compartir por medio de éste artículo el sentir de toda una generación.