Por: Pedro Conrado Cudriz
No es que no crea, es que el poder lo puede todo y te achica tu vida y te abandona en la alberca del detritus. Y como si fuera poco, te obliga a vivir en un mundo aparte, invisibilizado para el centro. Casi desapareces en las olas gigantes de la pobreza, en los charcos de la lluvia, en la basura que arrastra la corriente del dolor y la tristeza. Y quedas a merced de ti mismo, de la locura de volarte la escuadra pública, de matar y vivir para sobrevivir como muchos del mundo que completaron la hazaña de subvertir como sea la estructura de hierro que levantaron los privilegios contra ti. En eso consiste la valentía de la pobreza, en hacerle daño al mundo consensuado y adaptado al modelo apartheid del poder.
El tiempo
Sin saberlo se encontró de pronto en el pasillo, atraído por el torbellino nucleado del tiempo. Dio dos y tres pasos con sumo cuidado. Y enseguida sintió que una ramita del tiempo lo besaba y lo transportaba a un mar transparente y azul, que lo atraía y lo llamaba como obseso. Se contempló así mismo en sus aguas y fue entonces cuando se percató que tenía huecos y vacíos en todo el cuerpo, en el pecho, en la boca, en la en los muslos y se interrogó cómo era posible que todavía observara la tarde y estuviera vivo. No tuvo tiempo de darle respuesta al pensamiento. El mar abrió sus fauces y lo trago. Aquel día el océano no gritó.
Luna dame pan que tus hijos no me dan
Tres de la mañana, la luna no me quita los ojos de encima, la ciudad está atascada en la fiebre de la soledad, el silencio carece de oídos, no hay nadie a quien despertar, la luna persigue mis pasos. Esta no es mi ciudad, lo sé muy bien, estoy perdido en sus calles inocentes, recuerdo la muerte del reverendo Alberto averiada en las cuatro esquinas. La ciudad es otro cementerio más, y, sin embargo, no depende de nadie. Me siento otro paria más del mundo. El gato negro que se dejó caer del viejo árbol de los ciruelos, me observa intranquilo, y yo sigo pensando en los muertos.
El cartero
Veo al cartero sobrepasando mi casa. Lo espero cada luna llena debajo de la sombra que prodiga el astro. Sospecho que el de las cartas no es culpable de nada. La vejez tiene estos saltos de la vieja memoria, que cada día se zambulle en el hueco sin fondo de los siglos.
La nota
Alcancé llegar al infierno después de múltiples obstáculos. Y ya se había ido el Señor de la noche. Dejó una nota: No se cansen de vivir en el infierno.
El eclipse
Fue el niño menor de la casa el que encontró la epifanía cansada debajo del catre del cuarto. Decían las buenas lenguas y también las malas, que no toleró la noche sin luna, y luego aquellas mismas lenguas terminaron diciendo, en repetición circular, que llegó desesperada a la sala por el eclipse de luna del lunes, y no hubo manera de sacarla del escondite. El misterio del cielo le quitó brillo.
La escombrera
Las cuchas las inventó la muerte, antes eran madres, ahora son hijas de la violencia de Estado, van al dolor como van a la vida. No son víctimas, son dignas guerreras del existir. A veces las olvidamos y en verdad no pasa nada. Y, sin embargo, ellas despertaron de un sueño dormido y hoy son reclamantes de la vida de la muerte, otra manera de ser colombiana, hinchas de la vida.
Desobligación
Si se pudiera obligar el cielo para que deje de llover, la tarde luciría esplendida. Si se pudiera… Es mejor que no obedezca, se secarían los ríos y la tarde no abriría sus brazos para los besos de la noche.

El poder de la corrupción que gobierna en nuestro país, cada vez más nos margina a los miserables basureros a pelear con los gallinazos los pocos desperdicios que quedan.
A pesar de las normas jurídicas que existen para enfrentar a la corrupción, no se puede hacer nada, porque estás solo son letras muertas que adornan nuestra constitución y la corrupción y el clientelismo, sobre todo en esta época sigue reinando en cada rincón de nuestra nación, justificandose los politiqueros de nuestra patria boba con la frase Maquiavélico: “El fin justifica los medios”. Y si a alguien de atrevido se leda por levantar la voz y denunciar hechos corruptos, una bala lo silencia o es desterrado al abandono y el desempleo….
Anomalía es un texto escrito a detalles, lo cual requiere una minuciosa lectura, y detallada. La anomalía que se establece al describir la valentía de la pobreza en un ejercicio de resistencia en el que no siempre participan todos; Anomalía ante el asombro de estar vivo frente a la persistencia de un tiempo inexorable que fluye sin detenerse; Anomalía que suscita esa sensación de extrañamiento en una ciudad que ya no se percibe como propia y languidece en medio de la tristeza, y la mirada vigilante de la luna que sigue nuestros pasos; Anomalía del cartero que cumple sus funciones y pasa de largo, y el viejo habitante de la casa, comprende y lo excusa desde la melancolía de la vejez; una anomalía que permite ser interrogada, ¿Acaso es el infierno que se merecen las pasiones transgresivas y la sumisión a los inevitables deseos de la carne, al que nos motiva el señor de la noche?; Anomalía ante las necesarias epifanías que nos asombran e iluminan, pero que se vuelven difusas e innecesarias ante el cielo misterioso y sin brillo; Anomalía ante la tragedia de la escombrera de mujeres que sufren, y se vuelven víctimas, madres, guerreras de la existencia, consumidas en su propio dolor, ignoradas en tiempos de campaña, donde nadie responde; Anomalía, donde es mejor que el cielo haga caso omiso a nuestras peticiones y deseos; su desobediencia es un acto de lucidez que exalta y protege la naturaleza. Anomalía, siempre con mayúscula, que se hace notar como forma irreverente de protesta.