Por: Pedro Conrado Cudriz
Debo repensar mi discurso cuasi oral de las 300 cantinas y sus efectos en los hábitos culturales de Santo Tomás; lo venía cavilando como tema central de mis preocupaciones socioculturales desde hace dos años aproximadamente. En realidad, era una verdad a medias.
De lo único que son culpables las cantinas es de la contaminación sónica.
Y podría disertar sobre las profundas capas de aburrimientos que las alimentan, porque aquí en el territorio no ocurre nada extraordinario, salvo esa pasmosa y pastosa realidad dramática de la flagelación religiosa y el alboroto desordenado de la batalla de flores. La corraleja de las fiestas patronales no es nada del otro mundo, es el simple espectáculo de la muerte dramática de un hijo de parroquia. El hábito, decían los curas, los abuelos y los profesores, hace al monje. Todos los días las puertas abiertas a la distracción fácil, lo que hacen es crear la famosa y frágil costumbre peligrosa de todos los días. Repita una conducta diaria y les dará la razón a los estudiosos de la conducta humana, sean psicólogos, sociólogos, antropólogos y a todas aquellas almas alertas de las humanidades.
Si el municipio no ofrece otra cosa que cantinas, ¿para dónde creen ustedes que van los ciudadanos aburridos y hastiados del tedio? Y la categoría social y constitucional de ciudadanía incluye niños, púberes, adolescentes, adultos y abuelos.
No hay para donde ir. Esta es otra razón para que a las actividades programadas que no forman parte de las estructuras de los espectáculos, la gente no asista, en su gran mayoría.
Realizamos la última Feria del libro en Santo Tomás de un total de cuatro en más o menos siete u ocho años. ¿Si la feria le es indiferente a la escuela por qué no serlo a los adictos a las cantinas? ¿De qué escuelas vienen los amantes gratuitos de las cantinas?
Los estilos de vida cantineros no son nada parecidos a los estilos de vida de los que tienen una relación espiritual con los libros. Porque en la gran mayoría son individuos ociosos, en el sentido que están desempleados, o son obreros de salario mínimo, o aficionados a los juegos de mesa o de billares. Esta es la razón oceánica para que no asistan ni siquiera como mirones a la feria del libro. No los define el deseo y la pasión por los libros, los define el goce efímero de una tarde, o una noche de tragos, juegos de dominó o de buchacara.
La pasión y el deseo por los libros es eterno, es un problema de nunca acabar, porque siempre estarán los libros en la primera orden de la mente. Las cantinas satisfacen la adicción alcohólica de los fines de semana simplemente, también la ludopatía de una minoría.
Lo que quiero subrayar es que la afición a la cantina no es una pasión, es más bien un goce de un día, una actividad para matar la agonía del alma, mientras que la lectura es una pasión problemática en el sentido que requiere del deseo, de la voluntad, de la pasión y del goce y, además, de la indagación permanente de los conflictos del mundo, que son los problemas eternos del hombre.
Mi conclusión es que la cantina no es el problema de la cultura ni de la cultura política del tomasino. El problema es la política y el hombre político del territorio. Culturalmente no tenemos nada para el día a día, que son las actividades que crean los hábitos. No tenemos política pública que organice la vida deportiva, recreativa y cultural en el municipio. No hay casa de la cultura y contamos con una sola biblioteca que no nos funciona. Claro, lo que sí hay son las cantinas, unas trescientas. ¿Para dónde irán los niños mañana? Para las cantinas.
Buena apuesta Prdro Epifanio,yo le colocaria otra cereza al pastel..
Debemos generar propuestas de ocupación en tiempos de ocio, no es acabar con la cantina, es darle al parroquiano en que cultivar sus horas.
Apostemosle a la cultura.