Por: Pedro Conrado Cudriz
Cuando editamos VISIONARIOS por los años 90, un libro hecho a cuatro manos -Tito Mejía S, Aurelio Pizarro Ch, Julio Lara O y yo – un profesor del patio se expresó despectivamente del texto y de los autores, diciendo entre otras cosas, que entre cuatros individuos se podía hacer cualquier cosa, y tal vez no le faltó algo de razón al maestro. Sin embargo, nunca le leímos al profe la publicación de un artículo o cualquier otro texto en un medio escrito.
Hacer un libro y editarlo no significa que el autor sea un intelectual como suele creer la gente. El escritor japonés Murakami sostiene que el que escribe un solo libro es tal vez más inteligente que los escritores que se pasan la vida escribiendo y editando libros. Entre intelectuales hay unos niveles de grados que pueden chocar o ignorarse entre sí, hasta que algún día puedan reconocerse como lo hacen los literatos, los profesores, los maestros, los científicos y los académicos. Y seguramente uno no puede convencer a nadie de que todos sean intelectuales.
La pregunta es sí los profesores de primaria o secundaria tienen que ser sin distinción alguna intelectuales en la concepción más humilde de la expresión y no en la pretenciosa. Es decir, ciudadanos que generen corrientes de opinión a través de publicaciones escritas como los libros, las revistas y otros medios de prensa escrita, u otro medio alternativo o digital como ocurre en las redes sociales. La preocupación gira entonces alrededor de la formación intelectual de los profesionales que todos los días educan, forman e informan a las nuevas generaciones de la sociedad colombiana, a los nuevos ciudadanos que aprenderán a estar informados para poder construir sus propias opiniones y concepciones de la vida y el mundo.
Hace días conversaba con un grupo de estudiantes de secundaria y sus opiniones políticas y del mundo no se diferenciaban mucho de las opiniones de los ciudadanos que no han podido aprender a leer ni a escribir nada. Una tragedia para alguien que pasa la mitad de su vida en la escuela. Esta muestra, que se repite a diario en cada ocasión que usted conversa e incluso con estudiantes universitarios, nos remite al tema de este artículo. Creo entonces que se necesitan más intelectuales que profesores, ciudadanos que hayan desarrollado la vocación de las lecturas placenteras y no la vocación de las lecturas vocacionales, individuos capaces de escribir su propia historia y la historia de su tiempo, que sean capaces además de comunicar su visión crítica del mundo.
La gran diferencia entre ser profesor y ser maestro, o ser intelectual, es que el primero es apenas un remedo del segundo y no tiene nada que ver con las preocupaciones del tercero, que ha superado las fragmentaciones de las tareas, las lecturas funcionales de la escuela o de la universidad, el espíritu burocrático del servidor público, la birria de la vocación, la falta de aliento vital y el hábito mental de la oralidad.
Cuando uno piensa en un intelectual, está pensando en un apasionado de la existencia, en un hombre o en una mujer, que ha encontrado su lugar en el cosmos y desde ese lugar es capaz de desarrollarse espiritualmente para poder ayudar al otro a encontrarle sentido a la vida, o para desbaratarle sus comodidades enfermizas para los reacomodamientos. No es un salvador de almas, más bien es un destructor de almas, un celador del mundo que advierte de la presencia del lobo.
Por supuesto que todos los profesores no pueden ser unos intelectuales, deberían, pero entonces no tienen porque ser profesionales de la educación; deben dedicarse a otra cosa, porque el trabajo con los seres humanos tiene unas exigencias que no la tienen los trabajos técnicos, las labores diarias de los mecánicos de bicicletas, por ejemplo. Ojalá estas opiniones no se escurran por el camino viejo, como decían los abuelos cuando la comida tomaba la ruta equivocada.
Posdata: Fue frustrante la ausencia de la escuela tomasina el día domingo en el lanzamiento y reconocimiento del escritor y novelista Iván Fontalvo, autor premiado internacionalmente por la novela La gran obra. También fue decepcionante la ausencia de la mayoría de los medios de comunicación del área y de los candidatos a las corporaciones públicas. Entre la frustración y la decepción hay diferencias sutiles, unas más que otras. En la frustración colindan los amores cercanos, la pasión y en la decepción los grandes escándalos afectivos. Sin embargo, una decepción puede confundirse con la frustración como así mismo la frustración puede confundirse con la decepción. Pero no hay excusas. En cada lanzamiento de un libro en Santo Tomás nos queda la rasquiña de su cultura, la vieja idea que no estamos bien de salud, o sea de salud espiritual.
Excelente,preocupa las bibliotecas vacias y las cantinas llenas
Hay muchos profesores lejos de llegar a ser maestros, hay sabiondos muy lejos de ser intelectuales, en los jóvenes del hoy y su amplio sentido crítico se puede ver que hay semilla de donde cultivar un futuro esperanzador, la clave está en la academia pero el terror está en la cantidad de profesores apáticos al cambio y a seguir aprendiendo.