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julio 21, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Zoofilia en la Costa Caribe

Por: Pedro Conrado Cudriz

Pude iniciar este texto escribiendoal recordar el cuento “Larga espera” de Ramón Molinares Sarmiento, Petronala madre de Danilo Cruz: “… bajo la fresca sombra de una ceiba, contempló a su hijo con el pantalón y el calzoncillo enrollados en los tobillos, pegada la cintura en movimiento a la blanda cola del animal que lo traía al rancho en la mañana y lo llevaba de vuelta a casa en la tarde.” 

O pude iniciar con el poema de Raúl Gómez Jattin Te quiero burrita:   

Te quiero burrita  

Porque no hablas  

ni te quejas  

ni pides plata  

ni lloras  

ni me quitas un lugar en la hamaca  

ni te enterneces  

ni suspiras cuando me vengo  

ni te frunces  

ni me agarrras  

Te quiero  

ahí sola  

como yo  

sin pretender estar conmigo  

compartiendo tu crica  

con mis amigos  

sin hacerme quedar mal con ellos  

y sin pedirme un beso.  

Sin embargo, la realidad es tan parecida a la ficción y a la poesía, que tanto el cuento de Molinares como el poema de Jattin vienen del fondo de la conciencia de la tierra y de las profundidades de la cultura del hombre de siempre. En el ensayoUnderstanding Bestiality and Zoophiliade Hani Miletski, ella nos recuerda que la zoofilia o sodomía, zoorastia, zoosexualidad o bestialidad ha sido una práctica histórica de diversas culturas y desde los tiempos de la prehistoria y nos recuerda que también ocurrió en Grecia, en Roma, Egipto, también en el Medioevo, el Renacimiento, Europa, Estados Unidos y en todas las áreas geográficas y pobladas del mundo. Y también aquí entre nosotros, mestizos de olvidos. 

La zoofilia no es un tema anecdótico de las costumbres sexuales solo de los caribeños; es un hecho natural de las relaciones del hombre con los animales, de pulsaciones sexuales, emocionales y amorosas. La historia del cuento “Larga espera” de Ramón Molinares Sarmiento, desborda la ficción para reencontrase con la realidad no ficticia. Hay hombres que aman más a la burra que a su mujer y mujeres que aman más al perro que a sus amantes.   

En aquellos tiempos nadie sabía de zoofilia, solo se sabía de represiones sexuales y de las necesidades urgentes del sexo. La virginidad fue en aquellos tiempos un invento de la moralidad machista para hacernos creer que la mujer debía llegar pura al matrimonio, una mujer convertida en santa para la casa. Y crearon sin saberlo un trofeo antropológico de la vida sexual de las comunidades rurales, igualmente abrieron una ventana para que la paleontología rescatara de las garras de la ignorancia cultural del Caribe colombiano la vida sexual de las sociedades del pasado. Así como se hurga en los territorios prehistóricos las huellas de nuestros antepasados, a sí mismo en Sincelejo, Sucre, algunos miembros de la sociedad sucreña están intentando visibilizar las huellas de la cultura sexual de nuestro pasado zoofílico.    

Se puede decir que se llegó a la zoofilia por curiosidad adolescente o por presión de grupo, o porque la relación sexual con una virgen condenaba al prometido a la cárcel del matrimonio; en algunos lugares había que dar una dote y meter a la joven desvirgada a la casa del novio. Las historias orales contadas por los abuelos narran situaciones tensas de relaciones sociales entre las familias afectadas por estos eventos amorosos en todo el centro de las comunidades de estudio antropológico e incluso, García Márquez en Crónica de una muerte anunciada, un texto cuasi policiaco, relató la historia de Bayardo San Román y Ángela Vicario, quienes una vez contrajeron nupcias se fueron de luna de miel. San Román la devuelve a la familia Vicario porque Ángela no manchó de sangre las sabanas, razón para concluir que no era virgen y enseguida pasó a ser condenada al desprecio de los demás hombres.   

El autor del crimen del honor de la familia Vicario lo señaló Ángela: Santiago Nasar. Los lectores de esta interesante novela saben cual fue el final.     

Gómez Jattin ahondó en esta práctica en su poética bestial: “… Donde duerme el sexo”; Te quiero burrita; Mi poema es fuerte como una burra; La gran metafísica del amor…  

El monumento, “homenaje al hombre sabanero mamaburra del Sincelejo de antaño”, fue una creación del artista Sebastián Bohórquez y del arquitecto Albert Díaz. Y quien terminó cristalizándolo por solidaridad con el arte, fue el comerciante Luís Quiroga Jaraba.  

El tratamiento que dio la prensa escrita nacional al monumento del jumento en Sincelejo no fue el mejor, quizá porque la hipocresía y la moralidad religiosa les impidió alcanzar un punto de vista diferente a la visión prejuiciosa y moralista tradicional, o tal vez porque sigue siendo un tema incómodo, tabú, a pesar de las libertades sexuales del mundo contemporáneo. Así que el alcalde André Gómez Martínez lo desmontó del lugar donde fue sembrado, mientras un número grueso de la población se opuso a la decisión de la administración municipal.   

Por fortuna ya la virginidad no es pecado ni deshonra a nadie y también para fortuna de las relaciones sexuales humanas ya no hay burras.