Por: Frensis Isaac Salcedo
Todavía el sol magullaba el alma de las personas que Viernes Santo visitan a Santo Tomás, para ver el acto de la flagelación que se repite desde hace 150 años, ejercicio de la religiosidad costumbrista de los pueblos que creen en el Dios de la vida.
Flagelarse no debe ser fácil, porque hacerlo significa que hay que azotarse el cuerpo con las disciplinas de cera y lacerarlo con heridas en forma de cruz, bajo el ardoroso remojo con alcohol. Caminar tres o cuatro kilómetros descalzo sobre la arena que hierve bajo la bravura de la canicula.
Desfilar frente a los miles de ojos atónitos tildando al penitente con adjetivos despectivos, sin tener en cuenta que ahí va azotando su cuerpo y su alma un ser humano o quizá un sacrificado porque el creador de la vida le concedió el deseo de seguir disfrutando de un ser querido que padeció una enfermedad o sufrió un accidente.
La flagelación es una manda pagada por el favor recibido, no es una maldición. Malo, bueno, no lo sé, pero de lo que estoy seguro es que esta penitencia enmarca la identidad cultural del tomasino, aunque no todos los penitentes son oriundos de este pueblo anclado a orillas del Río grande de la Magdalena.
Los penitentes son una realidad y los tomasinos son gente de carne y hueso que rien, lloran, sufren, cantan, bailan, aunque en su alma esté tatuada la imagen imborrable del penitente, que trajo consigo que el clero declarará en entredicho a la población de los verdes mangos: no hubo procesión, ni misas, ni ningún acto religioso, motivo que llevó a los lugareños a sacar los santos de la iglesia y sin cura, realizaron la procesión del viernes santo con diversas mandas que daban lujo a la celebración de la semana mayor en este pueblo desde hacía un centenar de años.
Pasaron los años y el río fue buscando su cauce. En 1987, un grupo de jóvenes visionarios agrupados en La casa de la cultura, pensando en mostrar a los visitantes una alternativa diferente a los flagelantes, propuso representar la vida, pasión y muerte de Jesucristo en forma teatral. Se escribieron los guiones y los libretos. Iniciaron las caracterizaciones. Comenzaron los ensayos y montaje de la obra. Todo era alegría, hasta cuando llegó el momento de la utilería; el grupo no contaba con dinero para suplir los costos de los elementos y vestuario que se necesitaba para la presentación. Fue necesario acudir a los dadores alegres y alcahuetes culturales del municipio para reunir dinero.
El padre Humberto Brum, quien oficiaba en esos momentos en el Santo Tomás del alma, desvistió varios santos de la iglesia y regaló las tünicas para que los entusiastas jóvenes las transformaran en los vestidos que requerían para la obra. Así vio sus inicios esta pieza de arte teatral que ha sido la escuela perfecta de incontables actores y actrices que encontraron en las tablas la fascinación para mostrar al mundo que en el pulmón verde del caribe, hay gente pujante con grado de excelencia que brilla con luz propia y que si el sol se oculta Santo Tomás continúa iluminado con la energía de sus habitantes.
En ese primer ejercicio escénico, confieso que mis lágrimas por la fascinación quedaron imbricadas en la plaza que un alud destruyó, llevándose la historia que guardaba en sus entrañas el primer helado, la primera novia escondida, las corralejas, las varas de premio, el movimiento de caderas de mi abuela Emilia Julia bailando en la rueda de la cumbia en fiesta patronal y el eco de las voces de Tito Sensación Mejía, César Pertuz, José Bolaños, Wladimir Bocanegra, Newal Badillo, María Margarita De La Hoz, Frensis Isaac Salcedo, Eduin Navarro, María Margarita Fernández, alegrando con sus experticias y creatividad, el reinado intermunicipal; ese que corre como río de aguas vivas en las venas de Manuel Pérez Fruto. Las grandes ciudades tienen plazas y tienen parques. El Santo Tomás que mis abuelos construyeron para mí, se lo está tragando la boca foránea.
Está navegando en mares del olvido. Hasta las arenas que tapizaban sus calles fueron sepultadas por las tortas de cemento. Para consuelo mío, el grupo Arrabal 26, de la casa de la cultura, bajo la dirección de Julio Lara Orozco, mantiene viva la llama de la esperanza con la representación del viacrucis, titulado: Hacia la luz por la cruz, un montaje que representa los textos bíblicos de la vida del Cristo, recreado con unas escenas maravillosas y escenificadas con profesionalismo por sus actores y actrices. Quisiera mencionarlos a cada uno de ellos, pero me detienen dos aspectos: el primero es que no quiero abusar del espacio virtual para no cansar los ojos de los cibernautas; el segundo, que desde el momento cuando aparece el viacrucis hasta el tiempo presente han participado muchas personas que al omitir uno solo sería una falta de respeto de mi parte y no quiero cometer esa indelicadeza. Lo que si es necesario resaltar es la actuación estelar de Liliana Muñoz, quien representa a María madre de Jesús, desde hace tres décadas y que cada año arranca mares de lágrimas a los espectadores.
Luis Lara, magistral en la voz de Juan el bautista, Antonio Pizarro, ha tenido a su cargo varios papeles y todos los luce a su medida, Carlos Fernández responsable de la creatividad y la dirección escénica y Antonio Muñoz, quien representa a Jesús en una caracterización maravillosa que no tiene que envidiar a ningún artista de Hollywood, sin ser hipérbole. Imperdonable de mi parte, si olvido a Adolfo Barrera, encargado de la musicalización perfecta y acorde con la obra, que es parte fundamental para hacer llegar el mensaje al espectador.
Esta obra de teatro merece aplauso sostenido en el tiempo por la calidad actoral de sus actores y actrices, por sus directores, por la siembra de nuevas semillas para que no fenezca esta maravillosa propuesta, porque noté cansancio en algunos participantes antiguos y opino que ya es justo el relevo, sin desconocer que la experiencia no se improvisa, pero es menester ir consolidando a nuevas figuras de la actuación.
Estas líneas me obligan a levantar mi voz para hacer un llamado a los alcaldes porque es importante que aporten más recursos al renglón cultural, al cual se le mira como la Cenicienta porque no produce votos, ni dineros, aunque es en la cultura donde quedan bien los zapatos para bailar mejor la fiesta.
Gracias muchachos por sus aportes valiosos, en grado superlativo, para demostrar que Santo Tomás, más que flagelantes, es una cantera interminable de talentos en todas las áreas del saber
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