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julio 21, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

Abuelo, ¿por qué le temes a la muerte? 

Por: Pedro Conrado Cudriz

-Abuelo, ¿por qué le temes a la muerte? 

Ahora mismo no recuerdo que respuesta dio el abuelo. Yo era un niño sin mucha cabeza. Eran los tiempos de la muerte de Palmar de Varela, el penitente del otro mundo y del hombre sin cabeza.  

No alcanzábamos a distinguir todavía entre el mito, la leyenda, la ficción y la realidad. Y teníamos miedo, hondo miedo.   

Recuerdo aquel nicho y aquella atmósfera: Un pueblo pequeño, que cabía en el puño, la penumbra, los rezos y ábrete tierra para que se trague a los desobedientes.  

Antes de la celebración del carnaval nosotros vagábamos en una nube gris, donde estaba concentrado la almendra del miedo: el caballo del otro mundo, el penitente del otro mundo, el jinete sin cabeza, la troja, el diablo… no sabíamos qué hacía dios en esos momentos ni dónde estaba.  

Por las noches, alumbrados por las llamas de las velas de siempre, las sombras se acrecentaban como fantasmas del otro mundo en las paredes interiores de la casa. Aquella manía de las sombras y las velas nos desvelaban. Y nos acompañaba el silencio. Hasta que sentíamos el trepidar de los cascos del caballo en la arena, sus resuellos. Y la voz de la abuela sin aliento, queda, diciendo: es el jinete sin cabeza.   

Creo que lo vi en una de las películas presentadas en el teatro del pueblo, en una película mexicana, en blanco y negro. Y esa imagen plástica del cine cabalga todavía en mi memoria: el jinete sin cabeza y su corcel negro recorriendo las calles empedradas del pueblo.  

Hay otra imagen perturbadora, no sé si derivada de aquel sueño de la prehistórica infancia, la del hombre sin cabeza, con la sangre bajando atropelladamente por la nuca y recorriendo las calles de Barranquilla o las calles nuestras, en aquellas grandes batallas de flores y arena en el carnaval de febrero.   

Cuando lo observo, al hombre sin cabeza, caminar entre el tumulto de la batalla de flores municipal, siento un alivio de vida. Y ya no me pregunto más por la víctima ni por los victimarios. El miedo fue otro fantasma de mi infancia, otra crueldad de la cultura adulta para controlarnos.  

Esos aparatos del otro mundo, así le decían los abuelos, eran una caja de colores, porque los había de cualquier clase y estaban vivos y coleando en todo el Caribe colombiano. Formaban parte del folclor del pasado.  

El hombre sin cabeza que observo hoy en la batalla de flores de Santo Tomás, es un trotamundos, se balancea como si fuera a estrellarse contra el suelo, o el público; es otro fantasma vivo de la fiesta, traído a la real vida como un personaje de carnaval y no como aquel mito folclórico del pasado.   

Desde que llegó la energía eléctrica a nuestro mundo, estos aparatos desaparecieron de la vida real y trasmutaron en literatura, o en personajes folclóricos del carnaval de la costa Caribe. El hombre sin cabeza ha sido el único que ha logrado sobrevivir a los reflectores de la luz.  

El penitente del otro mundo nunca tuvo representación en la fiesta de los disfraces, ha sido un personaje metafísico de la imaginación de los abuelos, nadie lo nombra y se ha ido desvaneciendo como el resto de los fantasmas en los fragmentos de una memoria desamparada por la luz y la modernidad. 

Hace años observé a varios niños jugar al hombre sin cabeza en la cuadra, parecían tan felices, que volví a verlos jugar con la muerte en una corraleja hecha de imaginación, trapos viejos, palos de madera podrida, cabuya y el toro miura que los perseguía implacablemente. No me atrevo a imaginar lo que esos chavales pensaban sobre la impronta de la muerte.  

Todavía estoy a la espera de recordar la respuesta del abuelo a la pregunta aquella que nos mata a todos: Abuelo, ¿por qué le temes a la muerte?