Por: Pedro Conrado Cudriz
Tal vez allá, en el siglo III a.C., fue la única y última vez que se pudo hacer realidad el sueño de juntar todos los libros del mundo sin excepción en una biblioteca universal.” Irene Vallejo-
“No hay algo más horroso que un libro en una vitrina de lujo.”
Debo confesar, antes de escribir estas anotaciones, que todos los días converso con Irene Vallejo. Para una u otra cosa. No tengo afán, al fin y al cabo, la vida es tan finita como infinita.
“El infinito en un junco” se inició en la búsqueda peligrosa de libros a caballo para la Biblioteca de Alejandría y culminó también a caballo, pero llevándolos a los lugares más inhóspitos de la geografía norteamericana.
“Libros, buscaban libros.”
“Era el secreto mejor guardado de la corte egipcia, según Irene Vallejo. El señor de las dos tierras… daría la vida (la de otros, claro; siempre es así con los reyes) por conseguir todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría.”
Y en el este de Kentucky el jinete de las bibliotecas a caballo “recorría tres o cuatro rutas distintas cada semana, con trayectos de hasta treinta kilómetros por día” para llevarles los libros a “escuelas rurales, centros comunitarios y hogares campesinos.”
La misión: que los niños aprendieran a leer para salvarles la vida, como lo reconoció una joven en la montaña.
Tenemos una deuda impagable con Irene Vallejo, con el hermoso libro “El infinito en un junco,” infinito en el tiempo y vital contra la agonía de la nostalgia histórica, y más allá del múltiple dato, articulado y en armonía con la historia de la literatura y la poesía, el deseo de encontrar la razón y la sabiduría del hombre- mundo, del hombre-libro.
No importa si al final de la lectura se nos escurren los datos, porque las imágenes que ahora viajan por la memoria de los sueños son tan fascinantes como oscuras, y al final concluiremos que en sus páginas desfila el mismo hombre encorvado de siempre, derrotado, triunfante, olvidado, guerrero, plutócrata y poeta.
No hay manera de contener en la memoria tanto dato inverosímil, sabio, erudito. Sin embargo, nos queda, como cuando nos elevamos en autobús por la montaña, las imágenes del paisaje, la poesía de la narradora, su sabiduría y la magia de saber contar la historia, pero también la crueldad del viaje.
Leer “El infinito en un junco” es fascinante, la aventura de leer y montar a caballo desde los primeros tiempos de la creación del libro. Los reyes enviaban a los buscadores de libros a los territorios oscuros y menos conocidos para obtener los libros más raros y desconocidos en la Gran Biblioteca de Alejandría. Era la fiebre de otra clase de oro.
“El infinito en un junco” busca no solo resaltar la importancia de la literatura, busca ir más allá de la simpleza estética y obsesiva de la historia de los libros; busca encontrar las claves del misterio humano de contar historias; el afán de leerlos contra la fiebre del olvido para encontrar en sus páginas la belleza esquiva de la vida real… Es cierto, “…la humanidad desafió la soberanía absoluta de la destrucción al inventar la escritura y los libros.”
Si le creemos a Umberto Eco, para salvar a la humanidad de la sombra de la ignorancia hay que incluir el libro en el cúmulo de necesidades básicas como la cuchara, el arroz, la rueda o la tijera entre otros elementos.
Incluir el libro en la lista de la compra mensual.
Sin los libros la historia del hombre sería otra, quizá brutal, violenta, autócrata y hasta imbécil, más imbécil y violenta que la de estos tiempos.
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