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abril 19, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

El silencio es el sonido de la escucha del mundo

“El silencio es el que le da calidad a las relaciones y a la vida… El silencio nos enfrenta consigo mismos. La quietud nos permite, dice el sacerdote español, Pablo d´Ors, descubrir que no todo es ruido, dispersión y oscuridad.”

Por: Pedro Conrado Cudriz

Hay que llenarse de soledad, reinventar el estar solos, dejar que el infinito te guie en medio del drama del caos y el ruido del mundo; es, en últimas, la acción social para apostarle al silencio, que es después de todo el susurro de la naturaleza, “el sonido de la escucha del mundo,” según d´Ors. Hemos dejado por abandono, que nos invada el ruido para olvidarnos de nosotros mismos, de nuestros caminos interiores e inexplorados. La invasión no nos deja repensarnos, repensar quiénes somos, y nos dejamos llevar por la desesperación del ruido, no de la música leve, suave, que no se atreve a perturbar el espíritu, o la vida interior del hombre.

La gente en estos tiempos históricos no sabe qué hacer con el silencio, pero sí con el ruido, que termina enmascarando, envolviendo la conciencia del yo vivo, esa conciencia dotada por la estética de la biología humana. Las ventanas tiemblan y el grito del maldito ruido enloquece a la víctima, que es quien recibe la ráfaga del picó, o el rugido del motor de la máquina del auto, o de la moto.

Se perturba el silencio. Definitivamente el silencio, indefinido y del que huye apresurada la sociedad toda, prendida de la música, de la televisión, de las redes sociales y de la movilidad del tránsito.

El consumo de masas nos ha aniquilado la sensibilidad social, la humanización, porque ya no somos los mismos ni deseamos ser hombres de silencio, seres contemplativos, sino sujetos de consumo, entregados en cuerpo y alma a los designios de la producción, la venta de objetos y cosas para justificar el extrañamiento. “Yo soy así y qué,” le escucha uno decir al vecino de la comarca.

La vida hay que ralentizarla y leerla para colocarle las pausas justas. Esto es lo que ocurre cuando leemos un libro, el mundo y el tiempo se paralizan para dejarnos vagar entre letras y pensamientos ajenos. La industrialización nos ha obligado a la producción de objetos para el consumo. La ley de la oferta y la demanda acabaron con la tranquilidad humana, porque la búsqueda del dinero para subsistir reemplazó la tranquilidad, la pasividad, la contemplación, y nos introdujo en el caos de la supervivencia, la rapidez, lo bólido, o “lo siento, no me alcanza el tiempo,” o “apúrate que te cojo.”

Estamos prisioneros de la cárcel de la celeridad, de la prontitud. Todo se resuelve en “hágalo ya, o no lo haga.” El estrés reemplazó la paz del espíritu. Y no solo nos enfermó, sino que, además, evitó el encuentro con uno mismo. Trabaje y trabaje es la consigna del empleador, “deje de pensar en sí mismo, en sus cosas, en su familia, en usted. Lo quiero para mí solo.” Es el neo-esclavismo planteado en estas horas por el conocido filósofo coreano Byung-Chul Han.

Pare, deje el activismo, el mundo no dejará de ser lo que es, porque usted le coloque una pausa a su vida. Permítale al silencio que haga el milagro de la paz interna y aficiónese a la contemplación. Aristóteles tenía razón, la contemplación antes que el trabajo.