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julio 20, 2025

La Primicia Noticias

Una Nueva mirada

De los optimistas y los pesimistas quiero hablar hoy

El escéptico es otro ser sin religión, es otro ateo más del mundo. P.C  No son los males violentos los que nos marcan, sino los sordos,  Los insistentes, los tolerables, aquellos que forman parte De nuestra rutina y nos miran meticulosamente como el tiempo. E. Cioran. 

Por: Pedro Conrado Cudriz

Yo no creo en nada, confieso que puede ser por la suprema edad, o por el desastre del país, la descomposición del clima, la inveterada violencia nuestra, esa que viene desde todos los flancos, o mi podrido escepticismo psíquico, o cualquier cosa, porque en esta nación cualquier cosa puede ser un muerto, una violación sexual, un acto de corrupción (tan violento como los físicos), la montaña cayéndole a los cuerpos de seres olvidados e inocentes de este mundo, o los pelaos mal educados en las escuelas públicas, la locura del comercio consumista, la pobreza de los más pobres, las mentiras del presidente de la honorable república de Colombia. En fin, cualquier cosa es el olvido, en mayúscula, de todos los dioses. 

 ¡Oh, señores del olimpo y del cielo cómo y por qué nos han abandonado!  

No creo en nada porque no hay nada esperanzador que atraviese la rutina de la vida e ilumine a todos para salvarnos del desastre de todos los días, o de Los cien años de soledad macondianos. A mí me gustaría ser un optimista como cree la mayoría de las gentes que es, para equilibrar la mala y la buena suerte, el dolor y la alegría, que vienen en el mismo coche. Pero esto en profundidad es ser optimista-pesimista. Nada de ilusiones ilusas, los pies en la tierra para no caer en el vacío, o el abismo de las falsas realidades. 

Para alcanzar este “nirvana” no es necesario haber estudiado en ninguna universidad pública o privada, con o sin prestigio. No hay otra como la misma universidad de la vida, abierta a todos los públicos, a los sensatos e insensatos, a los cuerdos y a los locos. Hay que aprender del detalle, a observar lo inobservable, a leer cada contexto de la foto, cada frase del gobierno o del vecindario, de los amigos y los enemigos e incluso de los nubarrones en el cielo para bajar corriendo la montaña, que en un instante se desparramará sobre los cuerpos. 

Los optimistas son una plaga humana, porque el mundo se deshace en sus narices y ellos siguen amarrados a cualquier clase de sueño, a las esperanzas desesperanzadas, al cielo, a las velas de la fe.  

Los indiferentes creen que su postura de vida los aleja de la dicotomía optimismo-pesimismo. Ellos, sin embargo, son los que se alejan de las incidencias de la vida, porque son insustanciales, asexuados y sin las pasiones del pesimista corrosivo. Y no son admirables desde cualquier esquina, apestan. Ni siquiera tocan las fronteras de los escépticos, ese raro animal, amante de la duda. Los indiferentes deben aprender de este extraño animal humano para poder vivir en el remolino de la existencia o para no dejarse arrastrar de él.  

No, no creo en nada, es un defecto de personalidad, lo confieso, ya dije que psíquico, una malformación de la mente. Y sigo siendo un desencantado de la cruel realidad. Es mi ética de vida, existencial. Soy un inconformista, lo sé, porque la conformidad es una enfermedad peor que los optimistas y los pesimistas.